Gerardo Rozín fue, esencialmente, un tipo inquieto. Por naturaleza y por opción. No había en su cabeza nada “naturalizado”. Tampoco nada de lo que sucedía en el mundo que lo rodeaba le era indiferente. Su curiosidad patológica lo convirtió en un rara avis mediático, universo en el que fue periodista gráfico, luego productor televisivo, más tarde columnista y desde hace años conductor de radio y TV.

Desprejuiciado, construyó una carrera en la que Gerardo Rozín fue, esencialmente, un tipo inquieto. Por naturaleza y por opción. No había en su cabeza nada “naturalizado”. Tampoco nada de lo que sucedía en el mundo que lo rodeaba le era indiferente.

Su curiosidad patológica lo convirtió en un rara avis mediático, universo en el que fue periodista gráfico, luego productor televisivo, más tarde columnista y desde hace años conductor de radio y TV.

Desprejuiciado, construyó una carrera en la que atravesó distintos roles y diferentes géneros. Fue un militante de la entrevista, categoría periodística en la que con eficacia lograba desconcertar a los entrevistados con la “pregunta animal” o crear climas de intimidad en el que los invitados se olvidaban de las cámaras para confesar sus más celosos secretos.

Rozín, que murió este viernes a los 51 años como consecuencia de una enfermedad que nunca quiso que se hiciera pública, fue un gran preguntador.atravesó distintos roles y diferentes géneros.

Fue un militante de la entrevista, categoría periodística en la que con eficacia lograba desconcertar a los entrevistados con la “pregunta animal” o crear climas de intimidad en el que los invitados se olvidaban de las cámaras para confesar sus más celosos secretos.

Rozín, que murió este viernes a los 51 años como consecuencia de una enfermedad que nunca quiso que se hiciera pública, fue un gran preguntador.

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